El desayuno es la primera comida del día, la primera dosis de nutrientes y energía que damos al organismo.
Cuando consiste en tan solo un café y algunas galletas o dulces, llenamos nuestro cuerpo de estimulantes y azúcares procesados: la energía se produce, si, pero se trata de una vitalidad efímera, que lleva al organismo a reclamar más café y dulces.
Así, las toxinas que estos productos contienen se acumulan, y no aparecen alimentos más sanos para eliminarlas.
El sobrepeso es una consecuencia normal y lógica de quien empieza su día de este modo.
El desayuno debe ser abundante, un poco más que el almuerzo y definitivamente mayor que la cena.
Conviene comer huevos, leche y productos derivados (proteínas de origen animal); cereales integrales y frutos secos (ácidos grasos poliinsaturados y azúcares), frutas frescas o en juegos recién exprimidos.
El almuerzo y la cena
Al igual que sucede con el desayuno, es importante tomarnos nuestro tiempo para cenar y almorzar.
Coma con tranquila y sin apurarse. Si desea energizarse con la comida y perder kilos, debe disfrutar y masticar muchas más veces cada bocado, beber agua abundantemente y esperar unos minutos (10-15 min) antes de retomar sus actividades.
Una comida ligera, rica en proteínas (preferentemente de origen vegetal) y lípidos, debe constituir el almuerzo. Modere la ingesta de hidratos de carbono a favor de productos como los aceites vírgenes y las semillas. Si desea incorporar carnes a su almuerzo, Hágalo dos o tres veces por semana, y siempre acompañada de vegetales crudos, procure que carezca de piel y grasa, y fíjese siempre que la guarnición sea mayor que la porción de carne.
Una buena forma de ir reduciendo el consumo de carne es reemplazándola por pescado y mariscos de todo tipo.
No olvide que las legumbres, el arroz y los huevos deben estar presentes en los almuerzos con un grado de igualdad de gran importancia que los vegetales.
Y los lácteos también deben consumirse con regularidad.